La energía. Efectivamente es finita. Nos levantamos por la mañana con una determinada cantidad de energía y, según las decisiones y eventos que ocurren a lo largo del día, esa energía se mantiene, aumenta o disminuye.

Imagina batería de tu móvil, cuando te levantas por la mañana está cargada, pero según va pasando el día se va agotando. Piensa en todo lo que hacemos en un día: caminar, hablar, reír, discutir, masticar, digerir, trabajar, ir y volver del trabajo, respirar, hacer gestiones, asearnos, y mil cosas más.

Desde pequeños nos han “vendido la moto», el mensaje constante de que debemos tomar café al levantarnos, azúcar, desayunos potentes y demás, para poder tener suficiente energía durante la mañana, para trabajar, rendir, poder ir al cole y aprender. Sin embargo, si entendiéramos lo que le cuesta a nuestro organismo digerir esos desayunos, metabolizar la cafeína, desintoxicarse del “chute” de azúcar. Y si, por otro lado, te imaginas que después de 8 horas de sueño, donde tu aparato digestivo se ha limpiado, lo primero que hacemos es “regarlo” con un café, o unos huevos, o cereales azucarados…estamos sobrecargando y manchando sus células.

Y si, en vez de eso, te imaginas que les llega a esas células alimento real: un plátano, una pera, unas uvas… fruta madura, deliciosa, repleta de agua y de nutrientes. ¿Cómo crees que comienzas el día?

Piensa ahora en un dolor de cabeza. Muchos abren el botiquín, cogen un paracetamol y a los 20 minutos ese dolor ha cesado. Pero ese síntoma es el lenguaje de nuestro cuerpo, que nos dice que hay algo en nuestro estilo de vida que debemos cambiar. Te invito a que la próxima vez que tengas un síntoma agudo, un dolor de cabeza, una diarrea, una erupción en la piel, pienses primero si hay algo que crees que puedes cambiar y que conllevaría que ese síntoma desapareciera. Porque esa energía finita, si en vez de dedicarla a disfrutar el día, a aprender, a relacionarnos con otros, la dedicamos a luchar contra ese paracetamol, o contra aquellas parcelas de nuestra vida que no son adecuadas para nosotros, estamos haciendo hueco al malestar y, en última instancia, a la enfermedad.

Escucha a tu cuerpo, y piensa de manera consciente cuál es la mejor forma de utilizar esa energía.

 

«Dudo que los estimulantes artificiales favorezcan el desarrollo de la mente o el cuerpo. Quizás incrementen la energía para realizar una tarea determinada, pero es una posibilidad derivada del sistema, no propia del mismo, por lo que la energía queda reducida y postrada. Así pues, en vez de incrementar sus reservas de energía, las reducen.»

William W. Mitchell, editor, Massachusetts Teacher, 1852

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